En las horas de
oficina él se imaginaba atravesando un bosque, desabrochando un sujetador,
bebiendo con amigos, mirando desde los balcones de las promesas que se cumplen.
Fue siempre así desde pequeño: en el colegio viajaba con la cabeza, cuando
estudiaba viajaba con la cabeza, cuando su jefe le hablaba él flotaba por un cielo
naranja, por algún recuerdo o a lomos de un sueño por cumplir. De ese modo le
rascaba el barniz a la rutina hasta hacer un agujero en la superficie del
presente, un agujero por el que mirar las cosas hermosas de la vida. Era un
hombre feliz, no le costaba mirar a través de la pared que formaban las largas
jornadas laborales, siempre con el optimismo colgado de su brazo como una novia
enamorada él conseguía ir cuadrando cuentas, rellenando informes, sintiendo
cómo se le colaba ya en la boca el sabor de la cita que tendría aquella noche.
Con una muralla de facturas por revisar frente a él era capaz de distinguir el
olor de los naranjos de su infancia, las meriendas con brasero con su abuela, la emoción azul de aquellos años. No es que no quisiera crecer, es que
supo hacerlo sin tachar el nombre del niño que fue. Se endureció sin perder la
ternura, aprendió que esta vida cuadriculada, el vida vallada lo es porque
hemos traicionado al niño que fuimos, ese que corría por la hierba mucho más
rápido de lo que lo hacía el porvenir.
6 comentarios:
Hermosas líneas...
Estoy convencido de que somos gente bella, soñadora y transparente, es solo que al crecer nos visten con dos tallas grandes y zapatos ajustados, pero aún así, cuando volamos desnudos de "nuestras miserias", rozamos los cielos, somos inmensamente felices.
Gracias Marwan por esas preciosas palabras tuyas, que también las hago mías (con tu permiso).
Quizás por eso, yo no creceré jamás y siempre seguiré siendo esa niña que nunca deja de soñar.
Enorme texto!!
Debemos crecer sin olvidar ni renunciar al niño que fuimos, al que llevamos dentro!!
Un abrazo fuerte desde BCN
no es que no quisiera crecer .. es que sin ella me era imposible !
Conservar intacto el asombro, la curiosidad, la emoción, la ternura, atravesando un camino poblado de hojarasca, bajo el cual buscan refugio seres diminutos, algunos salidos de nuestra propia imaginación, o recorriendo las líneas de un corazón sobre el que palpita una piel amable deseosa de caricias, mientras los ojos titilan como estrellas ante las incesantes escenas de la magia cotidiana, esa que nos permite hacer un inventario de razones para no dejarnos vencer, y nos recuerdan las golosinas que un día cualquiera nos han buscado la boca, como prometiendo otro amanecer de sonrisas y palabras cómplices, de imágenes de nuestra geografía emocional, deseosa de seguir negando fronteras, cosiendo versos infantiles para burlar la amenaza de las nubes grises o de las nóminas incapaces de sostener otra avalancha de facturas.
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